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lunes, 12 de diciembre de 2011

Bendita tú entre las mujeres

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-48

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces, Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor. Entonces dijo María: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.

Oración introductoria

Señor Jesús, Tú sabes que llevo mucho tiempo buscándote; aquí estoy. Creo en Ti. Creo que estás realmente presente en la Eucaristía. Creo que estás presente en mi prójimo.

Petición

«María, háblanos de Jesús, para que el frescor de nuestra fe brille en nuestros ojos y caliente el corazón de aquellos con quienes nos encontremos, como tú hiciste al visitar a Isabel que en su vejez se alegró contigo por el don de la vida». (Benedicto XVI, Oración a la Virgen de Loreto, 14 de febrero de 2007).

Meditación del Papa

María, llevando en su seno a Jesús recién concebido, va a casa de su anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estéril y que, en cambio, había llegado al sexto mes de una gestación donada por Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene miedo, porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, podemos decir que su viaje fue la primera «procesión eucarística» de la historia. María, sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la Alianza, en la que el Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de su madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un día deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madres. Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encuentra su expresión en el cántico del Magníficat. (Benedicto XVI, Alocución, 31 de mayo de 2005).

Reflexión

Es una realidad que todo ser humano busca la felicidad. Pero, si todos queremos ser felices, ¿por qué hay tantos problemas?, ¿por qué existen tantos males como las guerras, las injusticias y los odios? La respuesta es muy sencilla: porque no todos sabemos en qué consiste la felicidad. María nos enseña que la clave de la felicidad está en dos cosas: amar y ser amado.

Estas realidades no van contrapuestas, sino que están tan unidas como nuestra alma a nuestro cuerpo. María nos muestra el por qué. Ella ha experimentado el amor de Dios a tal grado que se ha convertido en el pilar que sostiene su vida. Sabe que pase lo que pase Dios no dejará de amarla. Con su actitud, nos invita a estar conscientes de que todo en nuestra vida es pasajero, excepto el amor de Dios. Podemos perder todo: casa, trabajo, familia… pero nunca perderemos el amor de Dios.

Es precisamente esto lo que lleva a María a la segunda parte de la felicidad: amar. Cuando un cristiano experimenta el amor de Dios, surge en su interior un sincero deseo de corresponder. María lo demuestra cuando, con alegría y sencillez, va en busca de su prima Isabel, para llevarle a Jesús.

Éste es el reto de los cristianos: amar y ser amados. La segunda parte ya la tenemos: Dios nunca dejará de amarnos. ¿Estamos dispuestos a vivir la primera?

La Iglesia en México, en América, en el mundo entero, celebra la Virgen de Guadalupe, y tendrá siempre presente un cerro en el que la Virgen nos alentó con su cariño: "¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?" Son palabras que nos unen directamente al Calvario, cuando Cristo, el crucificado, le dijo a María: "He ahí a tu hijo". Son palabras que nos alivian en las mil aventuras de la vida, en los peligros, en las pruebas, en los fracasos.

María nos espera a todos, como a hijos. México estará muy cerca de Dios si sabe conservar, en la fe de cada mexicano, su amor a la Virgen, Nuestra Señora del Tepeyac. Cuando rompamos las fronteras de la muerte y encontremos al Dios de la justicia y del perdón, sentiremos en lo más profundo del corazón el cariño de María de Guadalupe. Un amor fiel, un amor fresco, un amor de Madre, en el tiempo y en la eternidad.

Propósito

El día de hoy voy a rezar un misterio del rosario, agradeciendo a María la ayuda silenciosa que me ha dado durante toda mi vida, encomendando a mis familiares y seres queridos.

Diálogo con Cristo

Jesús, en este día dedicado a la Virgen de Guadalupe, te doy gracias por haberme dado a María como Madre. Ayúdame a imitar a la Virgen en sus virtudes, especialmente la generosidad y la servicialidad. Dame la gracia de tener un alma profundamente eucarística, para que toda mi vida pueda transformarse en un Magníficat.

"Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María.
Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.
Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial”. (San Bernardo de Claraval)

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